noviembre 28, 2008

Tributo a mi causa perdida

/*Escribí esto hace un año justo, me lo acabo de encontrar. Cuánto cambia todo en tan poco tiempo. Salimos de unas y entramos a otras ¡maldito mundo indeciso!*/


Y él me llamaba su amiga, la mejor y la única.
Y él era mi amigo, el mejor y el único.
Siempre mi corazón y el suyo, pasivos y domados caminaban de la mano,
pues eran como nosotros grandes hermanos.
Y así durante tres largos y cortos años nuestra historia se narraba.
Hasta que sin pensarlo, sus labios rozaron los míos.
Un eterno dulce martirio armonizó su mirada.
Y ese fue el momento en que mi alma lo supo.
¡Cuánto lo amaba!

Desde entonces mi amor y mi amigo fueron el mismo.
Esta simple historia no termina aquí.
Pues siendo amor y amistad antagonístas de siglos de olvido,
y siendo la misma distancia oscuro némesis de los amores perdidos,
es de ingenuos mitigar una verdad de lejanía
que transporta al olvido la dicha de recuerdos y de dulces agonías.
Cruel mi verdad al notar que no eran las millas,
ni los extraños países,
ni la lengua distinta lo que a mil leguas se intuía.
Sino un amor diluido y el otro resplandeciente

Contada esta mi historia, fácil tendrán entender mi sencilla razón
de narrar con pocas letras tantas verdades,
de usar mi necio tiempo para vivir entre mares,
de llorar mis decepciones e irrumpir sus canciones.
Por eso, me permito como niña triste, recomendar no caer en mi caída.
Y jamás enamorar a el mejor de sus amigos.
Pues resulta este el más lindo y divino amor...
...y la más larga y doliente compañía.
Si en un fatal caso como el mío
prevalece y brilla la amistad
cuando el amor cambia besos por vocablos desconocidos.

Con un ruego de mi alma imploro un mensaje de aliento
a ustedes lectores poetas.
Por este segundo poema, tributo a mi causa perdida.
Por aquel que con un beso franqueó mi entorno de hielo,
coloreó de rosa mi cielo. Y me pintó una sonrisa.
Es esta sencilla obra dedicada a aquellos que la prefieran y sin duda alguna a él.
Mi mejor amigo.

//Ligera -y necesaria- re edición 24082013

noviembre 23, 2008

Ojos grises


Viktto miraba de reojo la sangre que escurría de la burda mesa de madera hasta el mármol blanco del suelo; pero también la sentía, porque entre sus dedos que oprimían el trozo de hígado aún caliente, escurría un fluido rojizo en apariencia más espeso que la sangre.
El escueto y ralo brillo en sus ojos reflejaba aquella piel reventada que se desboronaba a pedazos bajo la presión de sus rodillas.
A pesar de todo, la parte sana de su cabeza que aún quedaba -si tal cosa fuese posible- ordenaba a su cuerpo que debía reaccionar fisicamente, que debía sufrir, que su corazón debía bombear adrenalina con la potencia de un zumbido, que el sudor debería brotar de cada centímetro de piel, que era necesario que temblara de pies a cabeza, que quizá podía arrepentirse y salvar su alma humana.
Pero no ocurría nada de eso, el único indicio de que su envidia había concluido en asesinato era que la fuerte mandíbula se divisaba ligeramente fuera de su lugar, dándole un aspecto agresivo, estúpido, casi neandertal.
Había envidiado los ojos grises de su vecino desde el día en que éste se había mudado a la casa del frente; había deseado ser el dueño de aquella mirada que aturdía delíricamente a las mujeres y que se ganaba a los hombres, pero sobre todo, deseaba el color metálico de acero frío de aquellas pupilas.
Lo había matado y se hallaba a horcadas sobre él, ambos sobre la mesa de su ya no tan impecable cocina, aprisionando en la mano izquierda un trozo de su hígado y manipulando en la derecha una vieja lámina oxidada de serrucho, y solo ahora comenzaba a sentirse satisfecho.
Pero la tarea no había terminado.
Su enfermizo placer llegó al éxtasis cuando con todo el cuidado del mundo, usando una sola mano y apoyando el codo en el pecho inerte del difunto vecino, traspasó la suave carne del párpado derecho, siguiendo la línea periférica de la cuenca ocular.
Con movimientos por primera vez inseguros, Viktto dejó la parte de órgano y la burda herramienta a cada lado de la cabeza y fueron ahora sus huesudos dedos las palancas. Sumergió índice, medio y pulgar entorno a la esfera sanguinolenta y la extrajo con movimientos milimétricos. El grotesco sonido de succión que se produjo hubiera tumbado a cualquiera, pero no a él, porque estaba por tener lo único que había deseado con verdadero fervor en la vida, con un auténtico fervor esquizofrénico, asesino.
Repitió la operación con el mismo cuidado y colocó los globos oculares sin reventar sobre la superficie lubricada con sangre del propio dueño...y ahora venía la mejor parte; tenía que actuar rápido y de una vez, antes de que la frescura se perdiera entre la muerte del cuerpo.
Cerca de su pié había dejado las tijeras.
Con un objeto punzo cortante como extensión en cada una de sus manos y con un brillo casi lujurioso en los ojos negros sin gracia, se apuñaló doblemente a sí mismo con un movimiento igual e invertido.
Se desplomó entre convulsiones sobre el cadáver; los berridos ensordecedores que atronaban desde el fondo de su garganta se confundían entre arcadas, saliva y sangre. Retorcía las piernas y el torso histéricamente en sus últimos momentos.
Cuando las convulsiones se transformaron en débiles espasmos y los desgarradores gritos en un largo y bajo gemido, y cuando estaba a un par de segundos de esfumarse su vida, alcanzó su más preciado tesoro.
Se encasquetó sus nuevos ojos grises y ese fue el fin.
Algún tiempo después el hedor putrefacto del par de cuerpos en descomposición atraería a la policía y a la prensa amarillista, que tendría noticia de primera plana por varios meses, luego, al pasar de los años el suceso de un desequilibrado mental se transfiguraría en la leyenda de un asesino serial y después de eso, se contarían historias a los hijos durante generaciones; historias en donde Viktto, el desgarrador de cuerpos, el caníbal, el asesino, el hombre que arranca los ojos a los niños que no obedecen se habría convertido inmortal...
Y lo peor de todo fue que el pobre Viktto nunca llegó a enterarse de que nadie nunca pudo admirar sus ojos grises, porque las grises pupilas se dirigieron desde el comienzo en su nuevo destino, al interior de su cabeza.

noviembre 20, 2008

Lecciones de tránsito

La chica bajó del camión de un salto.
Se acomodó la mochila en la espalda y se remangó las mangas de la chamarra, al momento siguiente se agachó sobre su pié izquierdo para amarrar las agujetas.
Cuando volvió a levantar la vista, se le dilataron las pupilas del susto, en su corazón hubo un destello de taquicardia y en menos de medio segundo se le difundió una racha de adrenalina por todo el cuerpo.
Pero el automóvil frenó justo a tiempo.
No alcanzó ni a rozar al perro grande y desgreñado que se revolcaba haciendo cabriolas y rascándose a mitad de la calle, sin percatarse del peligro.
Ella no le quitó la vista de encima ni un momento, el animal caminaba indeciso y al mismo tiempo totalmente quitado de pena; andaba hacia atrás y adelante, medio esquivando los autos y éstos medio esquivándolo a él.
La transitada avenida no se iba a detener por un perro callejero que parecía tener dotes de falso héroe, o mejor dicho, de suicida.
Pero ella no podía hacer nada, miraba nerviosa el semáforo que brillaba en verde y que daba la impresión de que no cambiaría nunca, de pronto se dio cuenta de que mantenía el puño aferrando una de las gastadas correas de la mochila, relajó la mano y a los pocos segundos el tráfico redujo la velocidad hasta detenerse del todo; el semáforo había cambiado del breve ámbar al rojo.
Era su turno de pasar, pero ahora el temerario perro había retornado sobre sus pasos y regresado a su inicio, cerca de la muchacha.
Ella cruzó aún mirándolo y a la mitad de la calle chocó la palma de la mano dos veces seguidas contra su pierna llamando al despistado animal, pero éste no comprendió lo que a ella le pareció lo más obvio del mundo.
Se encontró con los azulosos ojos del cuadrúpedo justo cuando lo miraba desde el camellón, y entonces sí que entendió. Caminó orgullosamente con la cabeza levantada y la lengua colgando por un costado del hocico, haciendo gala de sus cuatro patas flacuchas que lo transportaban con un curioso y desgarbado trote a saltitos.
Una vez lado a lado, la chica confirmó la ruta y cruzaron juntos la segunda parte de avenida, el perro había comprendido bien la idea, pero ahora no seguía a la muchacha, sino que caminaba elegantemente junto a ella.
Lo lograron, ¡estaban del otro lado!
Y el pulgoso y sucio perrazo seguía siendo eso y no una mancha despeluchada de sangre y huesos embarrada sobre el asfalto.
La chica cambió de hombro la mochila y en la mano que quedó libre a su costado sintió algo húmedo y baboso, era el perro que primero la tocó levemente con la nariz y luego le lamió de lleno la mano, ella como respuesta le acarició la larga nariz hasta la frente con el dedo índice. El can movió la cola efusivamente un par de veces y le dedicó una gran sonrisa —o eso le pareció a ella — enseñando todos los dientes y colmillos y una vez más, la lengua desbordada por un lado.
El curioso espécimen de mechones negros y marrones siguió su propio camino y la chica continuó derecho hacia su casa, con la certeza de que el travieso callejero había aprendido y que la próxima vez, esperaría ver andar a alguna otra persona, para poder caminar a saltitos junto a ella.

noviembre 08, 2008

Adios...

...pero no pienses por nada del mundo: "Esto es lo mejor"...no, lo mejor hubiera sido y pudo ser, y cuánto hubiera dado yo por que fuera, pero no fue...
Sé sincero siempre, hasta las últimas concecuencias.
Eso es amor.
Y una vez dijiste que en eso creías...aunque no hallas creído en mí.

/*A él, un ángel que no entiende de sutilezas, de quien no hay más que varios meses de espacios vacíos y algunos cuantos más de simplemente vacío, ya sin espacios*/