enero 09, 2012

Adios al circo


En la misma banca de tablones, mirando el cielo azul claro a través del mentón de ella (que también miraba el cielo), recostado en sus piernas. Siempre igual, a pesar del transcurrir del tiempo. Su mundo solo cambiaba de lugar, no en sí mismo. Los mismos destellos en los ojos, la misma sonrisa ella, el mismo gesto él. Como si no hubiera ocurrido, todo asemejaba la noche anterior. Las tiernas atenciones y las pláticas infinitas, el clima, la vaporosa tarde que olía como cada tarde: a dulce, a lodo, tal vez un poco a sal y mantequilla, y por supuesto a soledad.
En su caso, llanto incontenible. Apenas un par de metros atrás, lo había dejado sentado en su banca improvisada de cada vez y tenía la certeza de que la distancia era mucho más que ese par de metros; hacía tiempo que ya no se veía reflejada en sus ojos, en su lugar había un nuevo lugar …no quedaba espacio para ella. Terminó de alimentar a la hermosa yegua preñada y escondió en su cuello las lágrimas que no acabarían el resto de la noche, el suave relincho del animal sofocaba de a poco su voz.
Los cachorros rugían a lo lejos, eran el gran milagro de los noticieros y el nuevo corazón que bombeaba esperanza. Y ellos permanecían unidos en una mirada; los ojos de él se enrojecieron y sin que llegara a escaparse una sola lágrima, se inundaron. Entendió que ella entendía, la relación se había terminado. Se levantó y se fue, lo dejó solo; en ese instante se cerró el trato.
La luna llena festejaba el éxito de la nueva gira y bañaba con su reflejo una banca de tablones improvisada, mientras un hombre alto y una mujer morena se miraban intensamente a los ojos durante una eternidad…o un parpadeo, ella intuyó sus palabras y las de él. Y se imaginó en la escena que acababa de inventar.
−Ya no queda nada.
−No juegues –risa.
−Desde hace mucho, no justo ahora.
Silencio -no más risa- comprendió que no bromeaba.
En la misma banca de tablones, mirando el cielo azul claro a través del mentón de ella (que también miraba el cielo), recostado en sus piernas. No había más que hablar. Los sonidos del mundo comenzaron a cobrar fuerza y les obligaron a aterrizar. Los cascabeles de un par de payasos a medio maquillar, choque de metales y rechinar de los mismos, el crujiente continuo del elefante al mascar, relinchos y un único balido joven, las charlas alegres de principio de temporada. Se levantó y le tendió la mano.
Caminaron lentamente, juntos, como postergando los pasos; el autobús apareció a lo lejos. Se miraron a la cara una última vez, se reducía la distancia, ya estaba cerca. Levantó el brazo formando un ángulo agudo con el suelo. Se besaron en la boca aunque ninguno lo pensó previamente. Fue aquel beso el tributo a los mejores años, los años gloriosos. Él subió y el transporte lo sacó de allí para siempre, no volvieron a verse.
No volteó ni la miró. Aunque se imaginó volteando, mirándola y decidió también, imaginar que le dedicaba unas cuantas palabras, una promesa infinita.
−Hasta mañana mi amor, soñaré con tu historia.


Fin