febrero 04, 2016

Café de abuelas


Nunca he saboreado una taza de café como lo hacen quienes con él se despiden del universo onírico del sueño y vuelven a la vida cada mañana. Mi abuela materna desde niños nos daba café con leche y azúcar, allí brilla un recuerdo de mi infancia. Café que salía de la tierra de su patio antes de que el patio ya no tuviera café. Cortaba los granos rojos (eran dulces los granos rojos), los llevaba a la azotea de la casa, los dejaba al sol varios días y varias noches, ya secos los tostaba y los molía un molino de mano; la primera molida era para martajar la cáscara, poner los granos en una palangana y soplar y sacudir las cáscaras. La segunda molida era fina. De allí salía el polvo oscuro que guardaba luego en una lata de un kilo. Hasta ahora pienso y recuerdo todo ese proceso, yo ayudaba a moler y a soplar, otras veces sentada desde la azotea tiraba a manos llenas los granos a medio secar, yo era una niña. Se enojaba. Levantaba cada grano para llevarlo de nuevo al sol. Tal vez cuando mi abuela muera la recordaré siempre por el café que hacía para ella y para mí, el café que salía de la tierra de su patio y que yo molía.
Mi abuela paterna murió hace muy poco, aún cuento los meses que han pasado. La otra noche pensaba que no quiero sorprenderme un día en que hayan transcurrido años. Quiero saber siempre cuánto tiempo ha pasado, a la  mejor se vuelve una obsesión, a la mejor la obsesión me la recuerda para siempre… mi abuela paterna tomaba el café cada noche. Una taza (yo elegía para ella mi taza favorita de entre sus tazas) con la mitad de agua y la mitad de leche, una cucharada chica de café descafeinado soluble, sin azúcar, muy caliente. Tomaba con su café galletas saladas, galletas normales para café, pan o lo que fuera. Nunca lo terminaba, quedaba un centímetro y medio, cada noche. Yo lo preparaba para ella y volvía luego a la cocina con ese centímetro y medio. Mi abuela preparaba café árabe, que se toma muy concentrado, en porciones pequeñas y amargas. Ella siempre me contó que “leía el café”. Te tomabas un café árabe con una persona, platicabas, la persona y tú se relajaban, luego, sobre el plato se volteaba la tacita y el asiento del café escurría. Se formaban figuras. Landy leía en esas formas el futuro de las personas. Yo quería pedirle que me enseñara a hacerlo. Seguro lo habría hecho. Pero las abuelas siempre se mueren antes de tantas y tantas cosas.

Nunca he saboreado una taza de café como lo hacen otros, ahora sólo tomo café cuando tengo frío, sirve para calentar el cuerpo…y también un poco para calentar el alma.