//¡Al infinito...y más allá!
Desviando un poco del
mundo la mirada, me volví sobre mis manos que tomaban la taza blanca por la
orejilla. Busqué el fondo por buscar algo…el fondo de aquello aún no era
visible. Humeante brebaje guardado en un material que adquiría el mismo calor.
Un café: líquido, claro. En algún punto dejó de simplemente existir llamándose
café de desayuno y fue más. Ya no era café, eran tus ojos y su suave profundo
claro-oscuro. Con la mirada clavada allí no dejé de sentir el resto de todo lo
presente. Rumores de hombres. Los percibí hablando de viajes. La esposa de piel
blanca, voz armónica y tonos de pueblo que se reforzaban con sus visitas a la
mesa. La madera reinaba en un pueblo de manteles, estatuillas y cristales. ¿Libros?
Ninguno. De manos viejas con suaves venas azulosas debajo. Cabellos grises en
todos los tonos. La esposa. “…pero hay detallitos que deben arreglarle al
carro.”
El dueño de casa, la
barba porosa, áspera, que cubre toda su cara, cara de toda sonrisa, el gris
matizado también se reprodujo en algún punto de su vida. Un hombre pasivo de
pura sonrisa, sonrisa en labios y sonrisa en ojos…ademanes de manos duras,
secas. Ojos azules acuosos, irreal, azul reciclado, opaco, mohoso. Contaba de
aquel viaje que haría con la esposa, la mujer del mandil sobre la ropa que
también era mandil. Faltaba poco para jubilarse, la pauta justa para iniciarlo.
El café cambiaba el
universo a cada sorbo, un café bueno como fluir de agua, diluvio en sueños y
agua de color, mezcla profunda del más allá de la cafeína. Los rumores, la voz y
los ademanes se diluían igual que un trago más en la garganta, dos tragos,
tres…cinco…la taza sobre la mesa, la mesa llena de vetas, silencio; me supe
bebiendo tus ojos, el líquido entibió mi
cuerpo y también tú estabas allí.
Abre la puerta, orillado
en carretera. El narrador está detrás de ellos, estoy yo, mirándolos. Abre la puerta, orillado en
carretera. Colores cálidos por todas partes, tierra caliente, árboles verdes
que son más cafés que verdes, color de desierto. Una autopista vacía, azul el
cielo y blancas sus nubes.
Él sale del auto y se
recarga en el coche, que es gris y que brilla. Ella también desciende del
vehículo y lo rodea.
Y tú estás ahí. Un sueño
tan lejano, tanto tiempo en distancia que llega de pronto. Y tú estás
ahí. Se acerca a él y él la abraza. Yo los veo a los dos desde otro lugar
paradójico, los observo y él tiene tu rostro, no lo entiendo. Eres tú
pero aún no lo eres (si cabe tal afirmación), es por eso que te veo y te reconozco
aunque no hay detalles en ti, hay un velo precioso de ambigüedad, eres un
hombre. Siempre lo has sido pero ya no eres un muchacho.
Una pareja, solos, la
besa y ella corresponde, lo besa. No con pasión efímera de jóvenes que se
queman de ganas por arrancarse la ropa; con sublime amor de adultos que miran en
la vida una oportunidad instantánea de reinventar y reconstruir un amor
adolescente; como el primer sorbo del mejor y más aromático vino embriagante,
una cosecha infinita.
Un beso con sabor a vino
y sol y arena caliente y trigo y mar y aceitunas y días de muertos.
Las manos juntas, cuando
te separas de su boca es cuando te reconozco del todo.
Tu cabello largo (un
largo sobrio y revuelto); una lucha muy tuya de exigirle a tu fisionomía de
niño los años merecidos. La barba. “Tú le tienes más fe a esta barba que yo” le
dijiste hacía tanto tiempo, justo antes de su sonrisa haciéndote sonreír a ti.
Era la misma barba,
barba deforestación, barba desierto; a fuerza de darle gusto –con los años− le
habías invertido tú mismo fe al asunto.
Y la sonrisa también.
Jamás cambiaría, ahora, mirándote desde estos ojos, sabía que la sonrisa de
muchacho que visita la casa ajena, que saluda al padre de la muchacha que
bromea siempre (que bromea con el padre y que bromea contigo) se quedaría allí
junto a la barba para el resto de tu tiempo en esta vida. Hombre de sonrisa y
barba…hombre de universo.
No me hizo falta verlo,
yo entendí qué había en el asiento trasero del auto gris (mientras, debo
decirlo (porque casi sentía palpitar mi corazón de verlo), tú permaneciste mirándola
con ojos cafés de café de agua de color, con la mirada que lleva tu nombre),
había mucho dinero invertido en esa cámara fotográfica.
Sentí todo lo que no hizo
falta que viera, todo tu equipo de hombre de arte y su equipo de mujer de arte.
Y papeles en desorden compartido, coche de dos.
Te abrazó y con la
cabeza ladeada (recargada en tu hombro, con los brazos rodeándote el cuello,
con el cabello estorbando tu frente, con su corazón palpitando en tu pecho, con
su vida en tu vida, con la punta de los pies tocando la punta de tus pies),
cerró los ojos. Latía fuerte, yo sentí en mi pecho su latir, no hizo falta
llegar a ustedes y ponerle mi mano en el cuerpo, sobre el corazón. Su eco
resonaba en mi sangre a golpe y golpe y golpe sordo...
Todo el ambiente, toda
la historia, tu historia bailaba en mi paladar y me hacía sentir su sabor.
La perplejidad se me
atoró en el cuerpo, un matiz estoico me cubrió… y allí me quedé atontada,
mirando la tierra que era fértil a su modo, mirando el asfalto que era muy
tierno a su modo y mirándola a ella abrazarte; ella que también era muy hermosa
a su modo, y a ti con una mano en su espalda. Y mirando tus ojos mirar el
cielo. A ti que fuiste al momento una gloriosa escultura, muy muy a tu modo. Y
nació una paradoja muy a mi modo y nadó entre trazos grises tomando forma…muy,
muy a mi modo.
Los ruidos normales que
ya eran extraños, volaban y me arrastraban de vuelta, venía siendo doloroso
volver.
El estómago lleno, el
olor, el frio, las manos azuladas, los cabellos grisáceos, las demás
presencias, metal y porcelana, risas cortas, trivialidades de mesa.
¡No! Yo debía volver… y
tal vez por el puro deseo, volví.
Entonces me enteré.
Viajabas con ella, viajaban para viajar, no para llegar a un lugar. Claro está
que tenían un destino, pero más que eso tenían una ruta. El camino era lo
importante.
Simplemente un viaje, andaban
para observar, para que tú tomaras tus fotografías, para ella disfrutar con
verte tomarlas y dibujarte tomándolas. Y para estar juntos.
Aún estaban allí parados,
no se habían movido un ápice, sin embargo yo entendí cada detalle que antes
pasé por alto del viaje que hacías con ella. El calor los abrazaba como a mí,
tú te olvidaste del tiempo (justo como yo), no prisas, no dudas. Yo pedí un
deseo: mirarte por siempre en la eternidad de éste instante, verte tan eterno
como fuera tu eterno viaje.
− ¿Más café?
Mano azul empuñando la
jarra de cristal de café caliente. Silencio. Ojos recorriendo el brazo, el
torso, el cuello, la barbilla, nariz…y al fin los ojos.
“No”
−No gracias.
No había nada correcto
en pedir más de aquel líquido. El viaje, tu viaje pulsaba en los costados de la
cabeza. Antes hubo una seguridad, antes supe quién era aquella mujer que te
acompañó. Antes conocí a quien te guiaría y seguiría a partes iguales. Antes…no
dudé de cómo te amó.
Ahora simplemente sabía
que esa mujer te amaba, y más allá de una duda era un deseo bien planteado. El deseo
de seguir mirando, quizá desde algún otro ángulo, aquel viaje tuyo.
El corazón palpitaba al
compás de los costados de la cabeza y de la memoria, no acepté más café… se
había terminado. Café de ojos de agua de color.
Paradójicamente la última gota venía a ser el principio del círculo. La
única constante en este tiempo y el otro fuiste siempre tú; y probablemente la
garganta de quien te miró todo este y aquel tiempo que no ha ocurrido.
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