Los pasos la llevaron lentamente, envuelta en las paradojas de los viajes en el tiempo. ¿Y quien la mirara, qué miraría? Que miraba el cielo y que el cielo, desde lejos, la miraba a ella. Que se sonrieron y que ella te pensaba y también era a ti a quien miraba. El aire frío que caldeaba los pulmones y el olor a la tierra y el sonido de los grillos, de los sapos. El sonido del sonido en el silencio. Y aún miraba el cielo y allí, desde lejos, eras tú quien la miraba. Con la mochila a la espalda y el lodo en las costuras bajas del pantalón y el pensamiento impermeable a lo mundano y el mundo dormido y con los brazos a un costado del cuerpo y los ojos aún en las estrellas. En ese segundo ella te amó ... te amó del mismo modo que yo te amé.Y del mismo modo en que yo te amo -como a las telas de mi corazón-. Y la envidio sinceramente por tener la esencia de lo que a mi me ha de faltar por muchos años más. Y tenías, velando tu sueño, dos corazones que palpitaban al ritmo del tuyo. Supe que cuando hace un grabado de lo sublime en lo vulgar , yo aprendo que al dejar pasar las palabras no me acerco a ella. Y un día, tal vez, yo también sea ella. Y la esencia de todo acaricie mis manos... tal vez así logre atrapar -como en un suspiro que correrá en el tiempo y el pecho de tantos- lo que haga falta para contarle al mundo que te quiero. Y que deseo, antes incluso de que sea conmigo, que seas feliz y que tus hijos un día lo noten y aprendan de la vida lo que tu me haces aprender a mi, aún sin ser ella.
Hizo una llamada, te besó y entró a su casa. También en ese beso yo quería ser ella... y lo intento cada día. Un poco cada día.
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