noviembre 23, 2008

Ojos grises


Viktto miraba de reojo la sangre que escurría de la burda mesa de madera hasta el mármol blanco del suelo; pero también la sentía, porque entre sus dedos que oprimían el trozo de hígado aún caliente, escurría un fluido rojizo en apariencia más espeso que la sangre.
El escueto y ralo brillo en sus ojos reflejaba aquella piel reventada que se desboronaba a pedazos bajo la presión de sus rodillas.
A pesar de todo, la parte sana de su cabeza que aún quedaba -si tal cosa fuese posible- ordenaba a su cuerpo que debía reaccionar fisicamente, que debía sufrir, que su corazón debía bombear adrenalina con la potencia de un zumbido, que el sudor debería brotar de cada centímetro de piel, que era necesario que temblara de pies a cabeza, que quizá podía arrepentirse y salvar su alma humana.
Pero no ocurría nada de eso, el único indicio de que su envidia había concluido en asesinato era que la fuerte mandíbula se divisaba ligeramente fuera de su lugar, dándole un aspecto agresivo, estúpido, casi neandertal.
Había envidiado los ojos grises de su vecino desde el día en que éste se había mudado a la casa del frente; había deseado ser el dueño de aquella mirada que aturdía delíricamente a las mujeres y que se ganaba a los hombres, pero sobre todo, deseaba el color metálico de acero frío de aquellas pupilas.
Lo había matado y se hallaba a horcadas sobre él, ambos sobre la mesa de su ya no tan impecable cocina, aprisionando en la mano izquierda un trozo de su hígado y manipulando en la derecha una vieja lámina oxidada de serrucho, y solo ahora comenzaba a sentirse satisfecho.
Pero la tarea no había terminado.
Su enfermizo placer llegó al éxtasis cuando con todo el cuidado del mundo, usando una sola mano y apoyando el codo en el pecho inerte del difunto vecino, traspasó la suave carne del párpado derecho, siguiendo la línea periférica de la cuenca ocular.
Con movimientos por primera vez inseguros, Viktto dejó la parte de órgano y la burda herramienta a cada lado de la cabeza y fueron ahora sus huesudos dedos las palancas. Sumergió índice, medio y pulgar entorno a la esfera sanguinolenta y la extrajo con movimientos milimétricos. El grotesco sonido de succión que se produjo hubiera tumbado a cualquiera, pero no a él, porque estaba por tener lo único que había deseado con verdadero fervor en la vida, con un auténtico fervor esquizofrénico, asesino.
Repitió la operación con el mismo cuidado y colocó los globos oculares sin reventar sobre la superficie lubricada con sangre del propio dueño...y ahora venía la mejor parte; tenía que actuar rápido y de una vez, antes de que la frescura se perdiera entre la muerte del cuerpo.
Cerca de su pié había dejado las tijeras.
Con un objeto punzo cortante como extensión en cada una de sus manos y con un brillo casi lujurioso en los ojos negros sin gracia, se apuñaló doblemente a sí mismo con un movimiento igual e invertido.
Se desplomó entre convulsiones sobre el cadáver; los berridos ensordecedores que atronaban desde el fondo de su garganta se confundían entre arcadas, saliva y sangre. Retorcía las piernas y el torso histéricamente en sus últimos momentos.
Cuando las convulsiones se transformaron en débiles espasmos y los desgarradores gritos en un largo y bajo gemido, y cuando estaba a un par de segundos de esfumarse su vida, alcanzó su más preciado tesoro.
Se encasquetó sus nuevos ojos grises y ese fue el fin.
Algún tiempo después el hedor putrefacto del par de cuerpos en descomposición atraería a la policía y a la prensa amarillista, que tendría noticia de primera plana por varios meses, luego, al pasar de los años el suceso de un desequilibrado mental se transfiguraría en la leyenda de un asesino serial y después de eso, se contarían historias a los hijos durante generaciones; historias en donde Viktto, el desgarrador de cuerpos, el caníbal, el asesino, el hombre que arranca los ojos a los niños que no obedecen se habría convertido inmortal...
Y lo peor de todo fue que el pobre Viktto nunca llegó a enterarse de que nadie nunca pudo admirar sus ojos grises, porque las grises pupilas se dirigieron desde el comienzo en su nuevo destino, al interior de su cabeza.

No hay comentarios.: