diciembre 30, 2007

Justo ahora

...a estas alturas (no sé bien cuales), ya no sé nada.
Hay una recaida, que desde el comienzo se sabe ligera, la sé ligera; ¿Y cómo lo noto?...hay mil mares menos, es todo, no terminan, pero hay mil menos.
Una ligera recaida, un estado de semi-inconciencia, dudas innecesarias y demás.
Una presencia que permite el interferir en el tiempo, manejarlo a gusto, estirar un par de minutos por mil horas..."dos minutos".
Un deseo ferviente que se difumina con su exacto igual contrario, haciendo parar a pensar en la exacta neutralidad, creo que es esa la altura...nada.
Entonces, el deseo se resume en una respuesta directa: "vivir, es morir muy lento"...
El problema es que parte de mí se murió y sigue viviendo, solo para continuar muriendo muy lento...una vez y otra, mientras aún la presencia permita interferir en el tiempo...mientras me esconda por amor, por amistad y por miedo.
Mientras dos minutos no sean dos minutos...

noviembre 09, 2007

¿Porqué un comienzo de razón?..

/* 0:11 hrs. Después de casi tres meses estoy conforme. Nunca he leído una poesía, mucho menos escrito una, pero esta es mi poesía*/

"Una vez más para él, ahora, mucho después de que cambió mi reflejo en sus ojos, por un puñado de estrellas blancas, pero no tan después para que él cambiara de los mios"


…Si un corazón conquista fieros infiernos de amor.
Cuando la esperanza libra ruinas de batallas perdidas.

…Si noches de luna pierden su elegante matiz.
Cuando se descubre brillo de estrellas a luz de sol.

…Si desaparecen tristezas y se esfuman ironías.
Cuando se comparte un silencio que se vuelve lenguaje.

…Si nace una sonrisa y llega para quedarse.
Cuando un andar desigual enmarca el firme trayecto.

…Si suspiros destruyen ciencia y reconstruyen sabor.
Cuando a una dama se nombra princesa y al caballero su amor.

…Si el mundo se torna verde brillante y azul claro.
Cuando la nostalgia de un perfume asemeja la armonía.

…Si un grato recuerdo reconforta horas y días.
Cuando basta una presencia para interferir en el tiempo.

…Si sonrisas se pintan con rumor de palabras.
Sonrisas finitas…por razón infinita.
Porque la misma razón se trunca al truncar corazón.
Siendo tú mi corazón y siempre tuya mi razón.

¿Porqué entonces un comienzo de razón?

Por la sencilla ocasión en que un comienzo comienza a principar el final…
…Cuando el flamante idilio se transformó en una triste utopía.

noviembre 08, 2007

No puedo perdonarte...

—Mulder... — ella dejó la frase dolorosamente inconclusa por la falta de atención de su compañero.
Mulder le daba la espalda, la cabeza apuntando al suelo y una mirada de dolor y de sentimientos encontrados.
El amor y traición peleaban por vencer en su corazón.
—Mírame —Scully le tomó la mano con las suyas—perdóname —su voz denotaba incertidumbre, culpa y antes que otra cosa, más culpa.
Mulder arrastró su mano fuera del alcance de ella, siempre con sutileza, haciendo honor al respeto y demás cosas que sentía por la dueña de su alma.
Scully soltó un incontenible y desesperado sollozo.
Mulder tuvo que contenerse para no arrodillarse ante ella y pedirle perdón por ningún motivo en especial, o simplemente abrazarla...pero esta vez no sentía la capacidad de hacerlo, se sentía culpable también, pero por otras razones, por no haber estado cerca.
—Compréndeme — dijo ella con la voz clara, pero con gruesas lágrimas escurriendo por sus mejillas pálidas.
Scully esperaba un gesto que le indicara que habría una mejoría respecto a la riña.
Sí hubo un gesto.
Mulder dio un paso hacía la puerta de su departamento muy lentamente, sin mirarla a la cara.
— ¿Porque no me miras? —la voz de Scully era prácticamente inaudible, el dolor le estaba destrozando el alma.
Mulder sabía eso, pero aún así tomó el pomo de la puerta y lo giró lentamente, como postergándolo.
— ¿Es tan difícil entender porque lo hice? —preguntó otra vez apenas enturbiando el silencio.
Mulder abrió la puerta milímetro a milímetro.
—No te vallas... por favor — suplicó ella con histeria.
—No me voy yo — dijo Mulder con un tono que Scully jamás le había escuchado.
Indiferencia.
Ella estaba pasando por algo que nunca hubiera imaginado, su espíritu estaba doblegado y su autoestima estaba perdida junto con su vida.
Mulder era su vida...y lo sentía tan lejos.
Su compañero abrió totalmente la puerta y se paró a un lado sin soltar la manija.
—No puedes...estar aquí —sentenció él con la misma característica en la voz.
Mulder estaba más apesadumbrado que nunca antes, estaba actuando voluntariamente contra su voluntad, la estaba echando de su casa, temblaba, pero simplemente no podía evitarlo, así se sentía.
Scully retrocedió lo suficiente de la puerta para sentarse en el apoya-brazo del sillón de cuero.
Se dobló, tocaba su estómago con una mano y se sostenía la cabeza con la otra; Se estaba enfermando por la situación.
Scully tomó fuerzas para sostenerse en pie y salir…fuerza, basada en recuerdos.
Trató de pensar en lo feliz que él la hacía con detalles imperceptibles para los mortales ajenos a ellos.
Pensó en sus chistes tontos, en sus sonrisas pícaras, en sus palabras perdidas, en sus ideas locas, en su cabello despeinado, en sus ojos verdes, sinceros, profundos y eternos.
Pero sobre todo recordó nostálgicamente sus abrazos reconfortantes…los sintió tan lejos que dudó por un momento de su existencia.
Sus recuerdos eran fuertes pero la hundieron aun más en una latente desesperanza.
Se levantó como pudo, caminó con pasos seguros y firmes, erguida, con la cabeza levantada escurriendo en lágrimas y sin rodeos llegó a la puerta y se detuvo frente a él.
Un Mulder físicamente presente y mentalmente ausente.
Mulder no se movió, parecía tan frió, tan falso.
Pero internamente no era ni frío ni falso, su espíritu lloraba y clamaba desconsolado a su cuerpo para que reaccionara con un movimiento para alentara, perdonarla, disculparse…cualquier cosa, excepto dejarla así.
Porque verla así era sentir a su corazón desmoronarse hasta morir.
Scully acarició la cara de su compañero, amigo y confidente.
Arrastró su temblorosa mano desde la patilla del cabello oscuro de él, hasta su barbilla perfecta.
—Mírame —ordenó.
Scully, sin separar su mano, se acercó lentamente.
Sus labios estaban separados por cinco insignificantes pero a la vez infinitos milímetros.
Mulder no le veía los ojos, solo veía su cara de la nariz para abajo, distinguiendo clara y acongojantemente como sus lágrimas no paraban y rondaban sus mejillas hasta perderse interminablemente en el vació, cayendo mustiamente en un suelo indigno de recibirlas.
No pudo evitarlo, desvió la cara…hacia un lado.
Scully no pudo más, aquello había sido el límite, ya no sentía ganas de vivir.
Separó su mano de Mulder y se dio la vuelta al tiempo que decía con ira repentina y dolor incontrolable.
—Te odio.
Estalló en llanto ya sin contenerse y caminando rápidamente hacia el elevador.
Mulder cerró la puerta y la escuchó llorar inconsolable por todo el pasillo.
Nunca había sucedido, pocas veces la veía llorar y nunca así.
El elevador opacó su llanto, pero Mulder seguía sintiendo su sufrimiento en el pecho.
Scully mientras tanto, se había quebrado como nunca en su vida, ya no le importaba suprimir sus emociones ni pretender que no existían.
Simplemente lloraba por un hombre.
El hombre de su vida, el mismo hombre que despreció un beso destinado a él y a ninguno otro.
El hombre que no pudo perdonarla.
Ese recorrido de unos cuantos pisos en el elevador, fue el trayecto más largo y angustiante de su vida.
Por fin, las puertas se abrieron, pero lejos de querer y poder irse, se recargó en las paredes y se deslizó impotente hasta el suelo.
Las puertas se cerraban y a ella no le importó ni trató de impedirlo…una oportuna mano se interpuso en el último segundo.
Mulder entró agitado, la vio en el suelo pero no la miró a los ojos.
Scully lo vio expectante, a espera de una cálida mirada.
—No puedo perdonarte…
Scully comenzó a temblar involuntariamente, se le nubló la vista levemente y se sintió mareada de dolor, ya le costaba respirar, estaba al borde de un ataque…
Mulder se arrodilló frente a ella y la tomó de los hombros.
Scully notó un poco de nitidez en su vista. Y lo primero que vio fue un verde intenso y cálido.
Mulder se acercó a ella.
Otra vez cinco milímetros kilométricos.
—No te puedo perdonar… porque no hace falta, eres mi razón.
Mulder había dicho todo muy cerca de los labios de ella y sin dejar de mirarla.
Terminó de hablar y rozó sus labios tiernamente, la besó con amor, lentamente; sentía su cara húmeda y tensa.
Scully no se movió, Mulder la había tomado desprevenida, solo cerró los ojos y lo sintió; sus labios frescos.
Mulder le limpio la cara sin separarse y luego la abrazó para levantarla.
Scully separo y volteo la cara con la vista clavada en el suelo.
—Perdóname… —dijo con renovadas lágrimas que opacaban bellamente sus ojos azules.
— ¿No entiendes ? no te disculpes, porque no te puedo perdonar…porque no hace falta…comprende, me haces feliz y eso basta.
La interrumpió con otro beso igual de inesperado y dulce para ella.
—Cuando me contradices , o quieres matarme con la mirada, cuando te exaspero o cuando caminas conmigo.
Un beso más en los labios.
—Soy feliz cuando se que estás a salvo, pudiste habérmelo dicho, él se atrevió a traicionar tu confianza y a lastimarte… lo mataría si no lo hubieras echo tú.
Mulder la observó con más detenimiento, Scully tenía un moretón en la cara, causado por un fuerte golpe y una herida cubierta con vendas en la frente.
—Scully, perdóname tú —dijo él implorante y dolido por su estado.
Scully lo rodeo con los brazos por debajo del saco.
—Mulder...solo abrázame, extraño eso, me hacía falta.
Se abrazaron por un rato.
—No te odio —le dijo al oído.
—Lo se —contestó Mulder de igual manera.
Las puertas del elevador estaban cerradas hacía ya mucho tiempo y ellos no tenían ganas de moverse, ni pretendían que el momento acabara.
— ¿Sabes que es lo que me hace feliz? —le dijo Scully.
— ¿Abrir cadáveres y clasificarlos? —contestó sarcásticamente.
Ahí estaba otra vez su típico chiste tonto de humor negro.
—Sí.
Mulder la miró sorprendido.
—Eso...y tú.
El ascensor subía y bajaba gente por todos los pisos del edificio, todos los miraban… pero ellos nunca lo notaron y en caso de haberlo notado, no les habría importado.
Estaban en la situación que secretamente habían deseado siempre.
Muy juntos, como cualquier pareja normal del mundo.

FIN.

noviembre 05, 2007

Realidad, ¿qué tanto?

Ese momento, el mejor, el único y grandioso momento donde caes en la cuenta de que no existe ni puede existir alguien más.
Todo los une: escritos, canciones, miradas, instantes, recuerdos, anhelos, sueños.
Todo es perfecto.
Cuando comienzas a pensar, ya no es un simple pensamiento, porque para ti ya son realidades perfectas, sin falla, sin duda, sin miedos.
No hay excepciones y ya no hace falta la esperanza porque para ti, eso ya es un hecho, una realidad.
Ambos son uno. Todo es perfecto.
Tu mente juega contigo y tú también con tu mente.
Cuando llegas a ese punto, tu corazón se confiesa, sin miedo; tu realidad es tan clara que no hay margen de error.
Piensas que fue lo mejor.
Ese mejor momento, pasó.
Esperas y solo un momento, muy pequeño, casi inexistente dudas; pero esa realidad, esa que mata, la misma que te hace palpitar con un nombre, esa que nunca tratas de comprobar, esa, flaquea.
Pierdes el equilibrio, avecinas todo lo peor.
Esperas lloroso, contemplas el cielo, anhelas regresar, cambiarlo, impedirlo, impedírtelo a ti.
Sientes que ahora piensas claro, sientes que nunca debiste hacerlo. Piensas que debiste pensarlo más, quizá eternamente más…
…no quieres que llegue el día.
Llegan más fantasías, ahora ya no son perfectas ni lindas.
Predices momentos, predices cambios y lo comentas con las estrellas. Quieres saber lo que piensa, quieres que piense igual a ti, es entonces cuando llega la terrible y dolorosa duda. ¿Y si no?
Al fin llega el día y esas ventanas de alma que tanto quieres, después de un silencio, te miran y te hablan, esos ojos que nunca quieres dejar de ver te anuncian que nada cambió, abriste tu corazón y tu mente, hablaste o escribiste tu sentir y pensar, y a pesar de eso, nada cambió, tú sonríes. Tranquilidad y ligereza…
Nada cambió, pero…te das cuenta de algo que poco a poco empiezas a enfrentar y siempre con lágrimas…
Esa, tu realidad la que no cuestionabas, la que no esperabas porque para ti ya existía; esa, nunca fue verdad, solo una cruel fantasía, aunque no cambio nada, nunca fue cierto, y ya en ese punto abres los ojos y respiras, y recuerdas que tú jugabas con tu mente y tu mente también contigo, pero al fin te das cuenta que ella ganaba y no tú, y lo que siempre desde por hecho nunca existió.
No acaba allí, sino empieza, ahora ya nada nubla tu pensar; Ahora sí piensas claro, y mucho.
Y esa persona te lo dice, no con palabras, col los ojos. Y sucede que le conoces tanto que, ahora al ver claro, vez la verdad, la verdadera y cruda realidad.
Y también esa persona te conoce, te abre su corazón y te acompaña.
Porque eso es un verdadero amigo.
Después de todo lo pasado ya sabes la cruda verdad, esa persona piensa y pasa por lo que tú, pero con una ligera excepción…
Lo que tú dedicas a esa persona, lo dedica también, pero nada es para ti.
Nada que no sea amistad.
Tu corazón no resiste y una vez más tus estrellas confidentes te escuchan hablar y llorar.
Y escuchan tú íntimo y solidario deseo: “Que nadie pase lo que yo”
Vez a esa persona igual que siempre y sientes lo mismo.
La verdad es que nunca nada cambió.
Que sigue siendo como nunca quisiste que fuera.
Y como siempre fue.
También hay buenos momentos donde estás a punto de olvidar todo pero recuerdas: “Yo voy a ganas esta vez” y sigues viendo todo claro, más que nunca.
Y lo notas, piensas lo que debiste haber pensado desde siempre.
“¿Porqué nunca vi que su mirada colmada de amor (esa que yo siempre le ofrezco) nunca es para mí?”
Entonces piensas: ¿Y si llego a estar del otro lado? ¿Y si alguna vez me planto en sus zapatos?
Trataré de nunca hacer el mismo mal.
Pero es imposible.
Piensas que el tiempo arregla todo, pero no te atengas.
No, nunca te atengas a falsas realidades.

octubre 23, 2007

¿No era acaso el consuelo de un abrazo?

...el muchacho simplemente estaba confundido, ella había correspondido, lo había notado también en sus ojos, y sin embargo había practicamente escapado, saliendo cual aire entre las manos, había tomado las mochilas y se había respaldado entre el silencio del barucho de los demás, pálida, lívida y con una sonrisa estupida y nerviosa. No lo había vuelto a ver a la cara, ni una vez, ni aún cuando se habían despedido.
El chico sin embargo cargaba ahora con una sonrisa que erróneamente se mal interpretaba como arrogante, cuando no era más que dicha pura. Ya habría tiempo para fruncir el ceño más tarde, cuando le llegaran las ideas racionales, las dudas, los miedos y los prejuicios, dicho de otra forma, cuando se calmara el corazón; mientras tanto, simplemente sonreía como el dueño del mundo, aunque pensara sin margen de error que las mujeres, incluso ella, eran unas locas...

octubre 21, 2007

ALTO

Ya no más...
...y que un ángel llegue a combatir el temor.
Que en el cielo disminuya el peso para que decline también la presión.
Que el bien mayor no destruya corazones.
Y exísta sinceridad cuando se hable de armonía.
Y que no se trunquen ya más fantasías.
Que viva la comprensión.
Y muera para siempre el maldito rencor...

octubre 17, 2007

Cinco veces viernes

/*(Razónes de porqué hasta ahora: 1. Me está destrozando y eso es, al mismo tiempo la única liga, enlace, unión... 2. Darkit (indirectamente) me hizo pensar que he sido impersonal hasta conmigo.) */

"Por él y para él, cuando solo ocupaba mi corazón, mucho antes de ser dueño de él."

...Cinco veces viernes...

¡Que terrible semana!...siempre pensé que los viernes eran excelentes, creo que todo el mundo lo piensa.
Viernes, último día de la semana laboral.
Viernes es no lamentar al día siguiente, la hora de dormir.
Viernes es desactivar el despertador y no tener que odiarlo.
Por eso y por muchas otras interminables excusas, nunca pensé que diría que ya no soporto otro viernes más.
Una semana completa siendo viernes…locura para el más cuerdo.


Lunes- viernes

Primer día de la semana y último a la vez.
Todo iba normal, entrada a las 8 de la mañana, clase tras clase, pero una extraña sensación de que algo estaba incompleto, como si algo faltara.
Pensé que algo de mi pesar era estar arrastrando un“bueno, vamos, sí quiero”, que no quería haber pronunciado, fue dicho por pura insolencia o falta de poder pronunciar la común negación.
Más de una vez durante el día me sorprendí de los comentarios de mis compañeros.
Y me sorprendió su cara de sorpresa al ver mi reacción cada vez que alguno mencionaba juntas las palabras…hoy y lunes.
Fue pura suerte que llevara el material para la última clase de ese día.
Era inexplicable que inconscientemente lo haya tomado en la mañana y lo hubiera traído a la escuela, porque yo estaba segura de que los viernes no era necesario llevarlo. Que raro.


Martes- viernes

Nuevo día, nuevo viernes semanal.
Todo normal hasta que otra vez resonó por allí una voz que mencionaba algo así como: “No sabía que los martes hiciera tanto calor”
Pensé que me volvía loca, según mi fallido sentido de orientación respecto al tiempo todo indicaba que el último lunes había pasado hace milenios, estaba tan olvidado en mi mente, que ya era viernes.
Una nueva invitación (anticipadamente agradable y aceptada de buena gana a excepción de una ya existente por cumplir, hipócritamente aceptada), tuve irremediablemente que negarme, a mi pesar.
Cuando recordaba lo ilógico que era sentirme en un día incorrecto, caía en la cuenta de que quizás intervenía el reciente cambio en el horario: el famoso horario de verano, que aunque sinceramente me gusta más, es molesto al principio.
Pero después del primer cambio de conversación con cualquier interlocutor de mi día, lo olvidaba por completo y otra vez era viernes.


Miércoles- viernes.

Por fin, viernes…NO, quise decir miércoles.
Lo olvidé… ¿pero que digo?, lo he estado olvidando los viernes pasados…no, perdón, los días pasados.
Ya estaba comenzando a exasperarme de entrar y salir de mi semana real y de la irreal.
Les conté mi extraña sensación a mis dos mejores amigos. Se los conté por separado y en esos periodos cuando salía del viernes y entraba al miércoles.
Solo este par de tipos no me iban a creer loca de atar cuando les hablara de la última cosa más rara que me había pasado y digo que no me creerían loca, porque ese era el principal aspecto por el que me conocían y querían; Mi locura, rareza y excentricidad.
También ellos están un poco locos, pero confío en ellos sin dudarlo.
Tomaron mi comentario sin mucho afán, sin darle demasiada importancia…no me alteró el hecho, porque yo en su lugar hubiera actuado igual.
A uno de mis dos amigos (el que me prestó más atención ese día) le conté también la razón por la que me negué a la petición de todos respecto a la comida. Creo que le cayó en gracia. Pasamos por varios temas, hasta que llegamos a la conclusión de que no había suficiente confianza (que tristeza) para hablar del pasado. (No quiso hablarme de él y su vida en el pasado, obviamente cierto punto que no conocía yo más que vagamente).
Argumentó vergüenza, que loco.
Más tarde, en mi casa me avisaron indirectamente (me enteré yo solita) que había algo que para mi suerte ocuparía mi tiempo, el viernes, el día de mi acongojante pendiente.
Traté de cancelar o más bien, por cortesía cambiar de planes a unos más accesibles.


Jueves- viernes

Este fue el peor de los viernes anteriores porque ya en mi actual letargo estaba tan segura de mis ideas que de no haber sido por no se que, no habría ido a la escuela al día siguiente, el viernes.
Fue donde más veces entré y salí del falso viernes. Seguía sin comprenderlo, sentía que algo estaba incompleto, que algo había olvidado o dejado sin terminar.
Esa es la peor sensación de todas, como un vació imposible de satisfacer, como tener un algo por hacer, que al no saber cual es, no puede dejar de ser un pesar.
De alguna manera estaba harta, cansada, molesta, alterada, hiperactiva.
Después de la cancelación imprevista del compromiso que me permitía cancelar el mío, no tuve otra opción que hablar para alegar el nuevo cambio de planes, pero no lo hice, esperé la respuesta a mi ocurrencia de “plan accesible”…obtuve una rotunda negación y una promesa de conversación a una hora en particular del sábado…al menos sabía la hora y el día exactos para apagar el celular.
Eso aminoró mi inexplicable mal genio. Me sentí un poco más libre.
Pero igualmente atrapada en mi interminable viernes.


Viernes- odiado viernes

Llegué muy temprano, a la s 8 como, aunque los viernes es una hora muy temprana para entrar, según mi horario.
Llegue a las 8 porque, por fin, después de toda la semana y más, mi proyecto estaba terminado y me tenía más contenta, emocionada y feliz que cualquier otra cosa, aunque dando vueltas por toda la escuela.
Cuando hable con mi amigo, le conté de mi proyecto terminado y él me contó con emoción de la visita de su hermana; Al menos él tenía forma de saber con certeza el día en que estaba.
Como sin quererlo, abordé otro tema.
—Se que trajiste lo que te pedí, no te quise preguntar ni recordar, porque se que están en tu mochila.
—Ha, lo das por hecho… ¿he? —tono de sarcasmo nervioso aunado a risa.
—Sí, es obvio que los trajiste, te los pedí durante toda la semana —dije yo, sabiendo que ocurría lo contrario.
—No creí que lo decías enserio —recitado con algo de una leve preocupación, culpa y pesar.
—Mira, yo no me olvido de lo que prometo —dije al momento de alcanzarle tres películas.
Imagino que lo hice sentir un poco de más culpable que antes.
Yo no actuaba sinceramente, no estaba enojada, de hecho, estaba divirtiéndome un poco por su reacción, ya había previsto su olvido, pero no niego que tuve una leve esperanza.
—No te enojes, discúlpame en serio —dijo él, y continúo con ademanes, tratando de convencerme —lo que pasa es que todavía no creo que mañana ya no vengo.
Le presté atención enserio.
— ¿Ves?...eso es lo que te estuve diciendo el otro día…he vivido un viernes toda la semana, no creo que hoy es el último día, es como si desde el lunes quisiera y no quisiera que empezaran las vacaciones.
—Yo estoy igual.
Silencio durante segundos.
— ¿Vamos afuera?
—Bueno.
Y ya estando en la banca del edificio, mi amigo sacó un álbum de fotos que NO había olvidado, (aunque yo si olvidé el tema), no pudo hablarme de su pasado y yo había tomado el detalle como una dolorosisíma falta de confianza que nunca había existido, pero todo cambiaba, porque me lo estaba mostrando.
Ahora si le perdoné por su completo descuido y olvido de mis discos.
Todos se fueron poco a poco, todos al mismo lugar.
A la invitación a comer que en un principio no pude aceptar por un previo compromiso, pero que después estando libre del compromiso, tampoco pude aceptar por la escasez de tiempo.
Me despedí de mi otro mejor amigo, que estaba más distraído por la comida que por darse cuenta que no nos veríamos en dos semanas. Lo comprendí, pero no lo acepte.
Ya no había nadie en el edificio.
Solo quedábamos mi amigo y yo, y por algún rincón estaba mi hermano impaciente por salir de la escuela.
Platicamos de nada durante mucho tiempo ( Como cada día, esperar a que el tiempo pase, solo así, con las personas por las que mentiría en mi contra).
Como aplazando el momento de despedirnos.
Ahora entendí el pendiente y la sensación de no terminar algo.
Entendí que viví un viernes cinco veces durante la misma semana por la extraña ansiedad de querer y no querer que llegaran las vacaciones.
Tener ganas de estar “libre” y tener ganas de no salir de mi agradable rutina.
Los minutos pasaron rápido.
Un sonido de su celular, una plática corta.
Nos levantamos y nos fuimos de la escuela, a la salida nos despedimos.
Cada uno tomó su rumbo.
Una extraña nostalgia innecesaria se apoderó de mi final de viernes escolar…el solo pensar que tendría que esperar dos semanas, largas y quizás aburridas.
Pensé que debería empezar a preocuparme el lunes o incluso el domingo en la noche, porque ese era el periodo normal de no ir a la escuela, mientras tanto podía imaginar que no eran vacaciones…pero no, ya se me estaba haciendo eterno todo.

¡Que terrible semana!...siempre pensé que los viernes eran excelentes, después de esto….simplemente ya no quise opinar.

Hoy es sábado, gracias al cielo el día cambio. Acabó el martirio.
Gracias a que olvide parcialmente que eran vacaciones, pude disfrutar de una buena comida en familia.
Aunque secretamente me compliqué la existencia con el mismo pesar de algo pendiente.
Ya fuera del ambiente escolar, pude sentir sincera alegría por las vacaciones.
Ya estaba feliz por saber que mañana sería domingo, iría a ver un buen estreno al cine y al siguiente día, lunes, podría dormir más de lo rutinario y comenzar a preocuparme por la tarea imposible de matemáticas.
Ya todo estaba acoplándose a mi estado post- semana-viernes, todo incluyendo que mi cuerpo se acostumbraba al horario de verano.
Ya muy entrada la noche, repentinamente, mi celular vibró tenuemente indicándome que había llegado un nuevo mensaje.
Presioné una tecla para leerlo, decía simplemente.
— ¡Demonios es sábado y ya te extraño!
Provenía de mi amigo.
No puedo negar dos cosas:
1.- Me encantó que alguien me dijera que me extrañaba en tan poco tiempo.
2.- Me mata de la risa que mi amigo, al ser tan sincero conmigo haya dejado al descubierto un detalle: sus vacaciones serían mucho más largas que las mías, porque ahora el que repetiría su día durante mucho tiempo sería él.
Se repetiría su Lunes una y otra vez, hasta que llegara el verdadero lunes donde nos veríamos otra ver.

¡¡No quiero imaginar cuando terminemos la prepa!!

septiembre 07, 2007

Un beso

...se miraron como nunca y como siempre.
Nada había sido planeado, pero ya estaban allí, muy juntos.
Sus labios se unieron por primera vez, pero no por última.
Fue un beso fresco, intenso y fugaz.
En él se expresaban años de anelos no descubiertos pero presentes y al fin, la barrera invisible que se habian impuesto estaba derrumbada.
La amistad brindaba carta blanca al amor;
un par de segundos abría muchas puertas...

Odio

El tiempo era infinito, los segundos parecían durar minutos, mis pasos eran eternos, pero se notaba la firmeza y algo más puro que la propia determinación; llegué y me le planté justo enfrente.
Mi cuerpo ardía.
Años de vivir entorno a los mismos términos: opresión, impotencia, inseguridad, agresión, crueldad, rencor, injusticia, temor…
Mis ojos veían sus gestos con cólera.
Observé que no mantenía la compostura, flaqueaba y dudaba. Dio un paso atrás, intimidándose por un aura colérica que me seguía desde el día que oí que su nombre había sido, desde siempre, el que corrompía la armonía de mi familia y su mismo nombre el que nos encaminó a paso de amigos a la amargura de una desgracia.
Mi paciencia había terminado justo en ese instante, cuando me vi superior y cuando después de tantos años, se cruzaba en el camino de mi vida.
Todo el rencor que se había anidado en mi corazón y el deseo de venganza le atemorizó, y yo lo noté, no pasó la piedad ni el perdón por mi mente, nunca me compadecí, ni un instante.
No dije una sola palabra, no pretendí desquitar el dolor que me había causado, no valía la pena aminorar su pesar con una de mis palabras.
Todo estaba declarado, y “todo” era una sola palabra: odio.
Sentía que algo irracional actuaba por mí, recorría mi cuerpo y navegaba entre mis venas, un veneno puro que aceleraba mi pulso, mi respiración e incitaba al desenfreno, a lastimar, golpear… matar.
Odio que se manifestara por primera y única vez en mi vida.
Retiró de mis ojos su mirada y jamás esta se cruzó otra vez conmigo.
Nunca nos vimos de nuevo, jamás.
Y sin embargo, ni el olvido ni el tiempo lograron borrar los vestigios de un sentimiento que había contaminado mi alma.
Un sentimiento forjando a fuego que me acompañó eternamente.

Personajes incidentales

Pagó la cena dejando una propina generosa a un mesero desatento a quien sin embargo dijo gracias con una sonrisa.

Elisa era una de tantas personas que caminan cada día muy rápido con los pensamientos disueltos en dos grandes grupos: pendientes por cumplir y cuentas que pagar.

Pero el día anterior, un encuentro extraño con un extraño cambió ligeramente su visión y ahora de regreso a casa, con el cabello ondeando libre al viento, recordó eso que ya de por sí no olvidaría nunca.

Extenuada de trabajo y preocupaciones, caminaba por un parque cuando tropezó y cayó sentada en la hierba verde. Una riza ajena delató a un muchacho esbelto de grandes ojos y lentes cuadrados; tendría unos dieciséis años, apenas diez menos que ella.

Él muchacho encajaba perfectamente con el opuesto exacto en su ánimo; exasperada hasta las venas y con la paciencia corrompida por un chiquillo impertinente.

Gritó con amargura mientras él solo tendía su mano para ayudarla, gesto que ella repelió secamente.

Elisa nunca notó el momento justo, pero estaba enterada que no era la misma de siempre, ahora vivía disgustada, de mala gana y molesta por todo y por nada en especial.

—Discúlpame pero, ¿puedo decirte algo? —Preguntó en ese entonces el chico—, lo que sea, no importa qué, hazlo con gusto.

Llegó al pórtico del edificio en que vivía, miró con placer el firmamento nocturno y pensó en el joven, que con un par de palabras había renovado su carácter.

Pasaron muchos meses desde lo ocurrido y Elisa se esforzaba por ser optimista, pero el esfuerzo siempre cansa y el cansancio tiende a afectar el espíritu y marcar distancia.

Problemas nuevos la preocupaban cuando un sábado muy temprano, saliendo de una cafetería con su humeante capuchino, se topó con una mujer, en cuya edad se reconoció a sí misma; pálida, protegida del frío con una gruesa gabardina negra, los brazos cruzados sobre el pecho y el semblante abatido, sin poder contener un llanto constante y silencioso.

Se vieron de frente unos segundos.

— ¿Estás bien?—preguntó Elisa.

—La verdad es que no—respondió la mujer después de una pausa.

Sincera franqueza de una desconocida, suficiente para decidirse a preguntar.

— ¿Quieres hablar? —cuestionó tímida y conmovida.

—Lo entendí de la manera difícil, pero es justamente eso— respondió dibujando una sonrisa ligera que iluminó asombrosamente su mirada.

—Disculpa, pero no entiendo —expuso Elisa— ¿qué es lo justo?

—Puedes confiar, porque hay personas que no te dejan sola— sin decir más se marchó.

Elisa quedó allí parada, con la boca ligeramente abierta y el corazón palpitando muy rápido. Se había distanciado de sus amigos por la equívoca ocurrencia de no hacerlos partícipes en sus tontos problemas.

Detalles sencillos pueden liberar pensamientos no pensados; porque los grandes cambios se dan en pequeños instantes.

La clave está en adaptarse y seguir.

Sacó el celular de su bolso, cerró los ojos y recordó el número que no había guardado en el aparato para nunca olvidar de su memoria, lo marcó enseguida y a pesar del tiempo recibió un saludo que anunció la cercanía de siempre y la presencia de su amiga para escuchar tonterías.

Porque eso son los amigos, piedras angulares siempre firmes, compañía confiable cuesta arriba.

Sobra decir lo libre que se sintió en adelante, porque una vez compartido el peso, la presión disminuía facilitando el pasar fácil por un momento difícil.

Transcurrió un largo año en el que poco a poco recobraba matices de su personalidad auténtica y rescataba del abandono su contagioso carisma.

Elisa entró al establecimiento acordado y pidió una bebida para esperar a su colega, quien le hablaría como siempre y sin fallo, de trabajo.

Había un hombre sentado cerca, calculó tendría unos cincuenta y cinco años; vestía un traje negro muy elegante, una camisa azul oscuro y para enmarcar aún más su porte, una corbata que combinaba perfectamente y el cabello estilizado totalmente blanco.

Algo impedía quitarle la vista de encima, sus ojos fríos parecían decir a quien los mirara que poco valía respirar o dejar de hacerlo, porque el mundo mismo era poca cosa.

—Señor, disculpe ¿se encuentra bien? —habló ella, quebrando de raíz su costumbre de no ser la primera palabra de una conversación.

Él la miró. El contacto concluyó a los escasos segundos, cuando se alejó lentamente a su silla un poco asustada, vació de un trago lo que quedaba en su vaso y se arrepintió sinceramente de su movimiento. Quedó claro, no deseaba compañía.

Salió a toda prisa del establecimiento sin ganas de seguir esperando.

— ¡Señorita! —gritaron desde el interior del bar.

Con la prisa había descuidado su bolsa.

La sorpresa fue descubrir que la voz de alerta era la del mismo hombre. Notó el radical cambio de actitud: serio pero amable, atento.

—Gracias —pronunció apenas.

—Que la justicia siempre mueva tu mundo para que la indiferencia no mueva el de los demás—dijo el señor con un brillo enérgico en la mirada.

Estaba desorientada, algo raro pasaba. Había intentado entablar una charla con él, cuando minutos antes sentado a dos asientos de ella con la barbilla sostenida en una mano, la vista fija en su copa y sin parpadear ni moverse, había respondido mirándola con desprecio. ¡Y ahora se respaldaba hablando de justicia!

Tomó la bolsa y se fue, a los pocos pasos volvió la mirada y sacudió la cabeza bruscamente de un lado a otro, como queriendo borrar algo de su pensamiento, sin dudar más siguió adelante, con un nuevo consejo en que pensar. Pero, por un momento habría jurado que lo que vio en ese último vistazo fue al tipo, sentado en la barra y con la actitud primera, arrogante y altanera, como si nunca hubiera cambiado de postura siquiera.

Hay ocasiones que es más cómodo dudar de los ojos que intentar desentrañar el problema; con las personas hay algo semejante, se les juzga y se cree comprenderlas, cuando lo único necesario es aceptarlas.

Ella se fue sin más.

Cuando el sol iluminó por completo el cielo del día siguiente, Elisa acababa de entrar al elevador del edificio, no pudo evitar dejar caer la montaña de papeles que cargaba, su expresión fue de completo asombro.

Dentro había tres personas más: un muchacho, una mujer y un señor.

La miraban desconcertados. Pronto el chico y la mujer se acercaron a ayudarla.

El muchacho tenía el ceño fruncido, se notaba enfadado y no dijo nada; mientras que la mujer sonreía más de lo creíble, simulando tal vez lo que no sentía y hablaba con frases amistosas que Elisa no escuchaba, pues estaba absorta en recuerdos e impresiones.

El hombre mientras tanto se mantenía en su sitio sin demostrar interés, con la mirada aburrida como si estuviera solo.

Elisa tomó el material mecánicamente y no pudo quedarse callada.

—Cambiaron mi vida— dijo más para sí que para ellos.

Obtuvo como respuesta tres miradas escépticas y escrutadoras.

—Quizá me recuerden —dijo sin pasar por alto la forma en que la miraban.

— ¡Yo los conozco…los vi una vez! —Exclamó desesperada — ¿Y usted señor? Fue apenas ayer.

Continuó su monólogo, comenzando a dudar de su propia cordura, además se veían tan diferentes a la imagen que recordaba.

—Tú me hablaste de alegría, de sobreponerla a todo, tú mencionaste la confianza, en la gente, en los amigos —respiraba desigualmente, sus latidos eran precipitados y se sintió impotente, nadie parecía entender una palabra— ¡Usted habló de dejar de lado la indiferencia para vivir con justicia!

Provocó que ahora el singular trío mantuviera los ojos muy abiertos, no llegó a notar que, acaso por casualidad u otra variante, pero había acertado tres veces.

Su cabeza trabajaba a toda marcha, las ideas se arremolinaban pronosticando una fuerte migraña. Salió del ascensor contrariada, sintiéndose mareada, inútil y avergonzada.

Las caras de desconcierto y temor que tenía de frente no ayudaban.

Nunca esperó que a los diez pasos escasos de su retirada, el muchacho la llamaría tocando su hombro para agradecerle muy animado, ni que la mujer estrecharía su mano mirándola con una gratitud fortaleciente y mucho menos que el señor se despidiera con un ligero movimiento y una sonrisa solemne.

Su expresión cambió una vez más, la certidumbre de apacible satisfacción tranquilizó su corazón y por primera vez en mucho tiempo se sintió realmente feliz.

Sin forma lógica ni intención de explicarlo, sintió que su alma saldó una cuenta triple.

Hay periodos donde se dejan las manos al mando de la inercia para que mediante un extraño lenguaje de garabatos sin aparente sentido y con ayuda de algún lápiz, se rellenen hojas de un contenido especial que surge del inconsciente, periodos cuando se deja de parpadear teniendo los ojos fijos en ningún lugar, no se escucha a quien habla ni se responde a quien pregunta; son todos lapsos de reflexión involuntaria que dividen el alma trasportándola a un ambiente paralelo donde actúa libre, sin trabas ni prejuicios.

Quizá fue allí cuando se topó de frente con el subconsciente incorpóreo de ellos, un reflejo andante que “actuaba” su propio cambio.

Así fue como Elisa apareció una sola vez en la vida de tres desconocidos, dejando cierta huella en forma de consejo que mencionaba algo acerca de alegría, confianza y justicia.

A veces atraviesan el camino de otra gente para luego seguir con el propio.

Podríamos llamarlos simplemente personajes incidentales.

FIN.

septiembre 06, 2007

Retazo de nada

...una ligera sinfonía que venía de quien sabe donde, cruzaba las barreras en su cabeza, un dulce sonido que se le antojaba más como un sabor o un aroma conocido, pero no.
Era un sonido, no había duda. Una musica que hacía estremecer su corazón y erizaba su piel, no lograba recordar el origen; no conseaguía ignorarla pero tampoco lo deseaba, era una adicción que bloqueaba lo demás. Pensó mucho en ella y sin embargo, nunca hayó procedencia alguna de tan magnífica melodìa.
No supo con exactitud cuando le ganó el sueño y se durmió, solo entonces recordó y entendió todo, no era una canción como creía, era una voz; el sonido de una risa que le probocaba una sonrisa, el tono que hacía que olvidara que existia el mal, la amargura, la ansiedad o el odio, escuchó entre sueños las palabras que solo su subconciente recordaba.
Su sueño era un sonido, una voz y nada más que eso.
La voz de su amor, de "su persona", su vida...su risa, sus palabras.
Cada noche se repetía la misma historia: insomnio, penamientos, derretirse al sueño, soñar y olvidarlo todo a la mañana para comenzar de nuevo por la noche.
Pero quien sabe, quizá alguna vez alguien diferente conquistaría sus pensamientos y nunca alejaría su voz ni su risa.
Alguna vez, quizá...
...mientras tanto, su corazón latía igual que el otro, más cerca que siempre y más lejos que nunca...

septiembre 02, 2007

El dilema de Isaac

Isaac llevaba inmóvil junto a la cama del hospital muchísimas horas, tantas, que se sentía como perdido en el tiempo, cosa que no era del todo errónea.

Sus ojos grises estaban fijos en un cuerpo que yacía recostado en una cama, lleno de tubos y cables que lo mantenían con vida, escasa y débil, pero al fin vida.

Nada tenía coherencia, nunca había visto o sentido algo parecido.

Pero, después de todo, ¿qué no pensaría alguien que miraba desde fuera su propio cuerpo?

La puerta se abrió cautelosamente, dando paso a una mujer de ojos negros que entraba insegura; se le notaba un fuerte golpe en la mejilla izquierda.

Isaac ya la había visto antes, una vez. Recordó muchas cosas: la vio cruzando la calle, una camioneta acercándose aceleradamente, el ruido amenazante del rechinar de llantas, el choque y entonces, antes de cerrar los ojos, la vio arrodillada junto a él; distinguió los mismos ojos negros llenos de angustia.

Después de esa última imagen, solo recordaba horas y horas viendo su propio cuerpo y cientos de preguntas sin respuesta, además de una extraña sensación de haber actuado contra su voluntad.

Isaac, para ese momento, ya tenía la total certeza de que nadie podía verlo ni escucharlo. Dedujo que no era un fantasma, porque los fantasmas eran (según lo que sabia) las almas sin descanso de las personas muertas y por lo que había oído decir a los médicos, no estaba muerto, solo en coma.

Aún así (con la esperanza casi nula de quien espera algo inalcanzable), Isaac se acercó y la tocó, tratando de captar su atención, nada a excepción de que su mano le atravesó el hombro provocándole un visible escalofrío.

— ¿Eres Isaac cierto? —dijo ella quedamente mirando al “Isaac tumbado en la cama”.

Se acercó un poco más.

—Yo, sólo quería decirte…gracias —expresó casi imperceptiblemente.

Segundos más tarde la mujer dio la vuelta y salió de la habitación.

Isaac la siguió sin saber porque.

Algo ocurrió repentinamente: su vista se nubló y todo a su alrededor se tornó negro.

Sintió una mano recorriendo todo su cuerpo a modo de caricia, se estremeció y cuando abrió los ojos nuevamente, ya no estaba en el hospital, no conocía el lugar.

Estaba en una casa ordenada, limpia y con un aroma agradable; sintió pánico.

Su única reacción fue correr, pero algo había cambiado, se sentía más ligero, ágil, rápido.

— ¿Qué te pasa gatito loco? —dijo entre risas una voz de mujer.

Isaac oyó la voz pero no la comprendió, miró a la mujer y reconoció a la misma persona del hospital; giró la cabeza y justo detrás de él, vio un espejo enorme. Entendió parte de lo que había escuchado.

Lo que le mostraba el reflejo era a un enorme gato pardo con matices grises y negros cubriendo todo su pelaje y unos enormes ojos verdes, con las pupilas rasgadas.

El gato del espejo estaba totalmente erizado y le regresaba un feroz gruñido muy particular.

Ella se acercó tratando de agarrarlo pero “Isaac-gato” se metió bajo la cama y siguió gruñendo.

—Bueno, como quieras, pero después no vengas por mimos.

Isaac la vio alejarse, lo sorprendió su nueva condición, pero lo sorprendió aún más que alguien le hablara a un gato, pensó que quizás eso hacía la gente con sus gatos, él no sabía nada de eso, porque los odiaba…y ahora era uno.

Escuchó el tintineo de llaves y una puerta cerrarse. Salió de su escondite.

Pensó miles de cosas a la vez… ¿Por qué compartía el cuerpo con un gato?, ¿Por qué el gato de ella?, ¿Por cuánto tiempo?, ¿Qué pasaba con él?, fueron demasiados cuestionamientos y una martirizante sensación de haber hecho algo que no quería.

Se le ocurrió que tenía que realizar algo antes de “morir”, (la idea le pareció absurda) comenzó a explorar todo a su alrededor y a acostumbrarse a su nuevo estado, al cabo de un tiempo (¡Que irrelevante le resultaba el tiempo últimamente!), se enteró de dos cosas.

La mujer que había visto tres veces y desde tres puntos de vista diferentes, se llamaba Sofía.

También se percató de lo fácil que era distraerse con objetos pequeños, porque había estado jugando con un anillo y no lo soltó hasta dejarlo inalcanzable.

Escuchó el sonido de llaves en la cerradura. Sofía entró directamente a su cuarto y se recostó en la cama.

Isaac instintivamente y casi contra su voluntad se le acercó. No era él mismo, en ese momento era el gato quien dirigía las acciones. Subió de un brinco para saludarla.

Ella lo acarició mecánicamente.

—Veo que ya me perdonaste, aunque yo no te hice nada.

Isaac sintió un extraño sonido surgir de su garganta, algo rítmico y vibrante.

Él gato la miró y notó que había llorado, presintió sin saber porque, que Sofía había ido otra vez al hospital.

Sentía mucho cariño hacia ella, aunque la conocía muy poco, admiró su nobleza.

Gradualmente se disipaba su odio irracional por los felinos domésticos, y antes de dormirse (hecho un ovillo) junto a ella, pensó con algo de esperanza, que si alguna vez todo se arreglaba, se compraría un gatito.

Sin esperarlo y sin saber en que momento, había cambiado de escenario nuevamente, pero ahora, estaba más extrañado que las veces anteriores.

Todo parecía normal, quizá demasiado. Miraba sus manos humanas como si fueran nuevas, algo no encajaba; examinó su reloj y el fechador le indicó el día exacto del accidente, y aún no sucedía.

Se encontraba en la situación que meditó más de una vez como “ser invisible a todos” y como “gato”…podía decidir, sin sentir que había actuado por puro instinto o reacción y no por verdadero deseo. Podía cambiarlo todo. Tenía derecho.

Había poco tiempo y dos opciones: Una era correr sin dudar a la derecha, hacia el sitio donde Sofía iba a ser atropellada sin remedio, esto suponía arriesgarse a una muerte segura; su otra opción era…simplemente dar la vuelta y caminar a la izquierda, hacia el edificio de ladrillos rojos que lo incitaba a escogerlo como nueva opción.

Si optaba por lo primero, ya sabía el resultado.

Si optaba por lo segundo, nadie podría echárselo en cara, porque no sería su culpa.

Isaac ya podía ver la camioneta azul acortando la distancia velozmente.

Con un rápido y definitivo análisis, tomó su decisión. Izquierda.

Retrocedió lentamente, pero buscándola, la vio distraída leyendo algo mientras cruzaba la calle. Sucedió lo que temía y era inevitablemente.

Sofía, a merced del vehículo, no se movió. Los dos se encontraron con la mirada.

Se arrepintió de haber dudado, su vida no valía nada si la dejaba morir, corrió con todas sus fuerzas pese a la corta distancia y se lanzó, empujándola para salvarla.

El conductor alcanzó ver a tiempo la maniobra y giró el volante bruscamente a la derecha; tan inesperado, que se estrelló con el edificio de ladrillos rojos y la parte trasera de la camioneta derrapó embistiendo a Isaac, haciéndolo volar y caer a unos metros de distancia.

Ocurrió algo que no había pasado la primera vez: observó la camioneta incrustada en el edificio despedazado (¡Que cerca estuvo de acabar en medio!).

Comprendió: su destino era salvarla para salvarse. Extraño pero cierto.

No podía moverse y no lo intentó, Sofía se acercó corriendo y se arrodilló junto a él, ya se notaba el golpe en su cara.

No oyó nada, pero sí leyó sus labios que decían que todo iba a estar bien. Cerró los ojos.

Cuando logró despertar, lo primero que vio fue a Sofía, sentada en una silla junto a la cama del hospital, le sonreía tímidamente.

Isaac se acostumbraba, sin ningún esfuerzo a verla muy seguido junto a él.

Percibió las secuelas del accidente, le dolía todo el cuerpo y de alguna manera se alegró, eso le indicaba que estaba vivo.

—Hola…yo, soy…

—Sofía —completó él sin dudarlo.

Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.

— ¿Cómo sabes mi nombre? —pregunto con la voz apenas audible.

Isaac pensó en todo lo que había pasado, no pudo contestar, solo sonrió.

—Me dijeron que tu nombre es Isaac… gracias —dijo ella con naciente desconfianza.

—Si, pero eso ya lo habías dicho antes.

—No es posible, estabas en coma —. Dijo como para convencerse— Los doctores dicen que estuviste muerto, solo un momento.

—Pero te escuché —aseguró él sinceramente.

Sofía se planteo la idea de salir del cuarto y no regresar, por un puro impulso reprimido, se quedó.

Isaac notó el gesto y supo que debía contarle todo, no quería que ella se fuera creyendo que un loco que sabía su nombre, “casualmente” la había salvado.

—Sofía… —dijo él nervioso.

Su conversación se alargó mucho, le contó todo.

Ella, mientras escuchaba el relato, atravesó por todas las emociones posibles.

— ¿Cuánto tiempo dices que estuve así? , no lo creo —sentenció Isaac perplejo, después de enterarse.

—Ahora ponte en mis zapatos —dijo ella con un dejo de sarcasmo.

Se miraron y desviaron la vista.

—Tengo que irme —. Se puso de pie dispuesta a salir, pero se detuvo en la puerta— Te creo.

— ¡Sofía!...tu anillo, el de la piedra verde, está debajo de tu mesa.

Ella abrió la boca sorprendida, pero no quiso preguntar.

Fueron demasiadas emociones para ambos.

Se despidieron con un gesto de la mano y una sonrisa en la cara.

Ella reanudó la promesa de visita para el día siguiente.

Él entendió que no hace falta más de una oportunidad para hacer lo correcto.

Secretamente y sin saberlo, ambos pensaron lo mismo: el destino y las circunstancias los habían unido y ninguno iba a permitir que eso cambiara.


FIN.