septiembre 02, 2009

$4.00 pesos

//A ese señor desconocido.

¿Qué pasó ese día?
Mas me vale recordarlo por un momento para no olvidarlo más tarde.
Fue un buen día, pero como muchos buenos días, no comenzó bien.
Alguna cosa estúpida me traía de un humor no de perros, ¡de dragones!
Alguna cosa tonta y "sin importancia", como suelen ser esas tonterías sin importancia que se dan cuando se convivie con una tonta y sus tonterías.
Camino a la escuela (¡otra vez!), tomé un camión (el mismo de ayer y mañana) y me acerqué a pagar al chofer...
Me atrevería a apostar que de entre todos (incluyéndome) el chofer era el que traía una nubecita negra lloviendole encima, pero ha de ser cosas de oficio.
Requisito para conducir un elemento de transporte público (camion- microbus- lo que sea): 1.-Ser un verdadero y total ogro de convicción.
2.-Adorar las carreras con los colegas junto con la adrenalina marcada en la casa de los usuarios.
3.-No olvidar la primera regla.
Bueno, ya qué, me volví a salir del tema.
El camión estaba llenísimo, al punto de que para que pudieran bajar los que habían llegado a su destino, otros que aún no llegaban debián bajar primero para dejar paso y luego volver a subir...blablabla, así andaba la situación, !y no hay que olvidar mi genio de humor de dragones!
Acá viene lo interesante.
Traía un billete de cien pesos nuevecito, una mochila que pesa toneladas (mi costumbre medio rara de cargar con las cosas necesarias para "sobrevivir"...y más libros de los necesarios).
Otra vez me escapo del punto.
Tenía una sola mano libre (por desgracia el señor chofer estaba en una etapa de carrera alocada)...le alargué el billete, con el peligro de caer y ser aplastada por la multitul interior. El hombre del cual depende nuestra segura llegada a nuestros respectivos destinos me miró casi indignado.
-No hay cambio- zanjó la mirada asesina para (gracias a Dios) mirar al frente.
Empecé a revolver los bolsillos de la mochila, para buscar cuatro pesos.
De pronto una señora que estaba sentada a mi lado me tocó el brazó y me indicó que el señor a su lado me llamaba.
Me acerqué y dijo algo que nunca llegué a entender, mientras sacaba de algún bolsillo interior un papel doblado...
El hombre era un viejo.
Demasiado arrugado y mayor como para moverse, pensé.
¿Cómo era el señor?
Muy moreno, muy arrugado, se notaba a leguas que era y había sido toda su vida un hombre de campo. Llevaba un sombrero blanco y desgastado de campesino, una camisa blanca muy gastada, un pantalón negro, sucio y viejo, creo que llevaba sandalias, no recuerdo bien.
Su cabello era ralo, ahora que trato de recordar en detalle, casi lo describiría transparente, sus cejas de igual tono.
Estaba encorbado sobre el asiento, sus manos temblaban y los párpados casi cubrían sus ojos; a su cintura alcancé a ver un machete envuelto en periodico e iba cargado con un montón de morrales y cosas envueltas en más periodico y amarradas a sus bolsas o a su cerpo con mecate o quizá hilo nylon.
Me acerqué y dijo algo que nunca llegué a entender, mientras sacaba de algún bolsillo interior un papel doblado...y del papel dos monedas de dos pesos que me dió con una mano huesuda, morena y tambaleante.
Tomé el dinero un poco confundida pagué al camionero, me dió un boleto y se lo dí al señor. Yo había pensado que me pedía que pagara su boleto, no se me ocurrió nada más que esa idea.
El hombre moreno aquel que se sentaba del lado de la ventanilla negó con la cabeza.
La mujer que me llamó primero se notaba un poco confundida. Confusión que no se comparaba con la mia.
Unas tres o cuatro paradas después el hombre se puso de pie con dificultad y bajó del camión.
Yo iba toda hecha un mar de pensamientos.
Que idiota había sido estando con tan mal humor.
Cuán bien me sentí con ese detalle que no tuvo precio, invaluable.
Ese señor no me dió $4.00 pesos para remediar mi falta de cambio, me dió un golpe de frente con algo que se llama "hacer algo bueno por alguien", así sin más.
Que cosa tan rara y tan agradable fue eso.
No sé porqué escribo esto apenas ahora si tiene de ello más de seis meses, pero bueno, olvidar a ese señor es cosa imposible porque me alegró un día que sencillamente había iniciado de porquería.

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