Toda
la culpa es de mi hermano. Me acuerdo que era julio porque casi iba a cumplir
siete. Y ya tengo siete y medio. Me dio un regalo, dijo que como yo ya iba a
ser un adulto tenía que empezar a leer cuentos. Le contesté muy enojado que había
leído millones. Mentí. Me explicó que el primer cuento siempre tiene magia. Todos
dormían cuando lo abrí y con una lamparita comencé a leer. En la mañana me despertó
una mordida en la nariz. Cuando me puse mis lentes encontré una gotita de
sangre. ¡No pude ni gritar! Junto a mí había un conejito gris. Desde ese día cada
vez que me da hipo escupo uno o dos conejitos, a veces hasta tres. Ya no duermo
en mi cuarto. Si me quedara adentro de la casa, en algún hipo nocturno escupiría
tantos conejitos que nos quedaríamos sin aire. Duermo en el jardín, así cuando
ellos nacen pueden masticar las plantas de mi mamá. Mis conejitos son muy
inteligentes, aprendieron a hacer torres para abrir el refri y comerse las
lechugas. Mi papá dice que puedo solucionar la hambruna mundial. Tan sólo de
pensarlo me da un hipo tremendo y los escupo en avalanchas. Ya no como cosas que
piquen y siempre uso suéter. ¡Es peligroso tener hipo tan seguido! Pero gracias
a tu idea tal vez me cure. Busqué mucho y ya escogí otro cuento. Se llama Axolotl, no sé lo que significa, pero lo
escribió el mismo hombre. Debe ser un buen cuento.
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