septiembre 07, 2007

Odio

El tiempo era infinito, los segundos parecían durar minutos, mis pasos eran eternos, pero se notaba la firmeza y algo más puro que la propia determinación; llegué y me le planté justo enfrente.
Mi cuerpo ardía.
Años de vivir entorno a los mismos términos: opresión, impotencia, inseguridad, agresión, crueldad, rencor, injusticia, temor…
Mis ojos veían sus gestos con cólera.
Observé que no mantenía la compostura, flaqueaba y dudaba. Dio un paso atrás, intimidándose por un aura colérica que me seguía desde el día que oí que su nombre había sido, desde siempre, el que corrompía la armonía de mi familia y su mismo nombre el que nos encaminó a paso de amigos a la amargura de una desgracia.
Mi paciencia había terminado justo en ese instante, cuando me vi superior y cuando después de tantos años, se cruzaba en el camino de mi vida.
Todo el rencor que se había anidado en mi corazón y el deseo de venganza le atemorizó, y yo lo noté, no pasó la piedad ni el perdón por mi mente, nunca me compadecí, ni un instante.
No dije una sola palabra, no pretendí desquitar el dolor que me había causado, no valía la pena aminorar su pesar con una de mis palabras.
Todo estaba declarado, y “todo” era una sola palabra: odio.
Sentía que algo irracional actuaba por mí, recorría mi cuerpo y navegaba entre mis venas, un veneno puro que aceleraba mi pulso, mi respiración e incitaba al desenfreno, a lastimar, golpear… matar.
Odio que se manifestara por primera y única vez en mi vida.
Retiró de mis ojos su mirada y jamás esta se cruzó otra vez conmigo.
Nunca nos vimos de nuevo, jamás.
Y sin embargo, ni el olvido ni el tiempo lograron borrar los vestigios de un sentimiento que había contaminado mi alma.
Un sentimiento forjando a fuego que me acompañó eternamente.

No hay comentarios.: