septiembre 19, 2018

Las palmeras se han vestido de cipreses II


//Por el mar azul que era todo de Ella.


II

Desérticos los jueves
sin sus pasos de danzón

Hace tiempo que comprendo:
Fruta quebrada del pecho,
sin saber dónde buscarte,
se pudre sin madurar.

Que falta le haces al viento,
que atraviesa los pulmones
sin capacidad de dar.
Qué vacío en tu cocina,
cuyo nuevo cometido
satisface de mentira.
Estéril la botana,
arrítmico el respiro.

No han marchado los cipreses,
gendarmes enraizados de la muerte.
Hay una bruma nueva, abundante;
bruma encendida y sedienta.
Niebla amarga que flota.
Suave lamento de no hallarte.
Jacarandas de salitre.
Violento follaje verde y violeta.
Huracanes en Xalapa.

Coloquio de olas en tu nombre,
todo un golfo de tristeza.
Caballos galopando, galopando;
pronósticos de playa,
augurios de la muerte de lo bueno.

Esta otra vuelve ahogada,
atragantada de sal.
Sin más aire que la arena
manchada toda de espuma;
vuelve a tientas y azotada,
sin más oído que escuche,
sin otro remedio que asuma,
que otra vez vive lo muerto
de un desolado destello
de realidad que no es tanto.

Extraño tanto sus silencios de gardenia,
y los brotes nutritivos de la risa:
brotes de alma de mar.

¿Dónde volveré a buscarte?
Inúndame los ojos de tus horas de mar.
Vuélveme a los hermosos fríos de una paleta marina,
Vuélveme a los fríos bocadillos
de cocina redonda de Xajay.

Háblame de dios,
no importa que sea de dios,
cuéntame de ella,
llévame a tus sitios.
Vamos a Venecia.
Dicen que no crecen los cipreses.

Qué mundo letargo
sin botanas y sin mesa,
qué sueño enterrado,
qué tiempos, qué hambre.
Qué extraña la sangre,
qué ausencias, que nada.

He olvidado las palmeras,
no quedan más que cipreses
De azules no hay más que grises
Y los grises que brillaban…
y mi propio gris platino,
se opaca entre los pulmones.
La arena no es más que polvo,
sustancia inerte de alientos.

Que el tiempo me guarde tu nombre.
Ten lejos te has ido
y te vienes quedando.
¡Que falta tan invaluable!,
inexistente tributo
de alófonos en mi lengua,
la ausencia entre los fonemas
que hace rato no te nombran.

En el destierro, en el silencio,
a escondidas de esta otra,
todos los vientos te evocan.
¡Pero dónde te has metido!
¿Te ocultas tras los cipreses?
¿Contigo están las palmeras?

Tanto me falta que me voy vaciando.
Tan profundamente me acuerdo de dominga.
Tan profundamente de tu taza blanca de café.
Tan profundamente me vacío de tus manos de recuerdo.
Tan profundamente todo.
¿Cuando iremos a Venecia?
¿Cuando volveré a encontrarte?

De la fruta quebrada
nace un sacrilegio, una plegaria:
ningún dios puede guardarme
de los males en mis sueños;
tal vez el recuerdo de ti misma,
un palacio de mujer…
tal vez tú puedas salvarme,
tal vez tú puedas guardarme.

Las palmeras se han vestido de cipreses…
De nostalgia disfrazadas para siempre,
maquilladas de egoísmo,
tan puro tan egoísta,
de extrañar cuanto le falta
a la otra que es tu otra.

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