septiembre 19, 2018

Las palmeras se han vestido de cipreses III


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//Pues a la fecha sigo sin saber cómo se vive la vida sin Ella...

III

No alcanzan ni estas dos vidas,
ni esta mía ni esta otra…

Hay un corazón hundido
Tan feliz, tan distraído
Tan recordando el azul,
y extrañando cada rojo.
Tus rojos coleccionados.

El mar me pidió de vuelta.
Asfalto platinado, celeste recuerdo:
aquel mar que tanto amó.

Herida de un pasado de tumba…
de otro amor decantado:
de la hermana de la madre en el alma
de un dolor enterrado
(diez mil otros tantos de ellos),
llorado y desconsolado.
Del rey encarcelado de sal…
hombre brillante, hombre alienado.
De Letras y de Bocetos,
de mil glorias calladas.
De horas y horas musicales.
Del entrañable pasillo.
Del amigo tan a mano,
del milagro de los verdes,
de otros milagros, de niñas.

De la muerte a la vida a la muerte
Solitaria costa de sí misma
Mujer olvidada de sí misma

Escuchando los silencios de aquel mar
paladar inundado de mordaza,
amargo fantasma de sal;
declino catorce veces tu compañía.
Te niego, te escupo, me acerco…
y sin hallarla espero otra tarde,
más de mil tardes y demás.
He de buscarla
he de buscarla junto al mar toda la vida.
Esta mía y esta otra.

Olas los meses del mar.
No menguan despiadadas,
corrientes sin tregua.
Regurgitantes temblores
un susurro enmascarado:
una tristeza de amor.
Y el desconcierto en tu ausencia.

He vuelto a verlas:
a la izquierda en el costado,
tras el alma, bajo tierra: lejos de todo el calor,
fuera de sí, vuelta la ira a sus ramas. Solas.
Percibimos los perfiles sombríos;
las erguidas esfinges anilladas 
labios sin savia fundidos
cóncavas pupilas muertas.

He vuelto a verlas.
He visto a las palmeras,
los disfraces se han quedado;
¡tan orgullosas los portan!
Han cambiado sus raíces,
están olvidando sus nombres.
Se han olvidado de mí.

También descubrí su foto.
Por fin la tuve de frente.
Busqué en sus ojos tus ojos,
miré en su frente tu fuerza.
Yo quería ver, tanto quise conocerla,
nunca te dejé olvidar la promesa de sus fotos.
Nunca te dejé olvidar…
nunca insistí suficiente.

Me senté a tu lado, entre ustedes
dos, tres mujeres; dos, tres minutos.
Recordé los instantes ajenos:
la risa de los niños, el fresco de la tarde
a mi abuelo de libros, las manos tersas de todos
una cocina distinta, tan mía como nunca antes
los chistes, la sopa, el tabule
tu hermana, tu madre.
Y otra vez tus gardenias de sonrisa,
y de nuevo tú toda poema…

Y mi escritorio y mi nuevo trabajo,
(¡Cuánto te gustaría, cuánto cuanto!)  
y las manos tristes y los ojos fríos
y una mujer buena con su nombre,
el nombre de su hermana de mi madre,
y el verde brillante de las hojas tiernas,
y el calor del puerto,
de un puerto sin mar salado,
de una promesa de agua.
Una promesa de azul truncado.

Venecia va a llorar hasta extinguirse.
También ella te ha perdido,
Ella toda te soñó,
Ella toda, muy paciente,
en su San Marcos guardó tu lugar,
te buscó en cada extranjero.
Y en mí también buscará.
¿Cómo he de explicarle?
¿Cómo tornaré a Venecia?
¿Cuántas tardes llegué tarde?
Surge la semilla que germina,
metástasis de miedo:
¿cómo he de pasar sin verte,
sin sentirte, sin buscarte?
¿Cuándo iremos a Venecia?
¿Cómo he de llegar sin ti?

No alcanzan ni estas dos vidas,
ni esta mía ni esta otra…
para volver a nadar
en un azul tan azul
como el que nacía en tus ojos
cuando te veía mirarlo.
Y las palmeras por siempre
tan cipreses como entonces,
como el último segundo
del respiro del aliento
del puerto que te acunó.

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